Hoy más que nunca: Conciencia de Clase por Jorge Arreaza
Nadie duda sobre la existencia de
las clases sociales. Marx lo dejó claro, son dos: la burguesía, dueña de
los medios de producción y acumuladora del capital a partir de la
apropiación de la fuerza de trabajo de los asalariados. Y el
proletariado, los asalariados, los que carecen de propiedad privada
sobre los medios de producción. Una clase que domina a la otra, que
explota a la otra, que se aprovecha y se enriquece a partir de esa
explotación sobre la mayoría. Pero es la clase trabajadora, la que hace
el esfuerzo, la que produce y genera la riqueza legítima, que luego le
es arrebatada y distribuida entre quienes concentran el poder y los
medios de producción.
Marx también disertó
sobre las características de la superestructura político jurídica, a
partir de esas relaciones de producción, de ese modo de producción
fundamentado en la explotación. Es decir, los que dominan en la
economía, dominarán en la política y en la construcción de aquello que
da sentido común a la sociedad en que se desarrolla. La economía
capitalista amerita de un ordenamiento jurídico que proteja y naturalice
esa relación arbitraria y desigual de una minoría que domina a la gran
mayoría. A partir de este hecho, la estructura del Estado Burgués
servirá para mantener y profundizar la desigualdad como elemento
fundamental del capitalismo. Es la dictadura de la burguesía, que puede,
o no, tener fachada de democracia liberal, puede predicar, o no, los
derechos del hombre, pero que a fin de cuentas, no es más que el sistema
de justificación y protección jurídica- institucional-moral de la
explotación económica y la opresión sobre la clase trabajadora.
En Venezuela la
burguesía nacional gobernó y dominó a sus anchas, hasta 1989. Una
extendida pobreza caracterizó a la inmensa mayoría de los venezolanos.
Mientras que un puñado de familias, acumulaban riqueza a partir de la
pobreza y el trabajo de esa mayoría. Una burguesía además improductiva,
parasitaria, aferrada a la renta petrolera que el Estado, su Estado, le
facilitaba para importar y especular, más que producir. Los gobiernos y
gobernantes que se correspondieron con esa etapa de la historia y la
economía venezolana, eran fieles representantes de aquel sistema de
dominación y acumulación del capital. Un enjambre legal que avalaba la
desigualdad, la explotación y la entrega de nuestros recursos
energéticos y minerales a las grandes corporaciones internacionales,
jefes y jefas imperialistas de esa burguesía criolla. Unas Fuerzas
Armadas que actuaban como ejército de ocupación, para proteger los
privilegios de los pocos y reprimir a las grandes mayorías, que
reclamaban su parte de esa riqueza, riqueza que ellos producían, y que
también reclamaban los derechos sociales que les eran negados
permanentemente.
Pero con 1989, vino
1992, con ese pueblo en la calle, vino Hugo Chávez, y así, los que no
tenían parte, se hicieron con el poder político, utilizando con
inteligencia estratégica las herramientas de la propia democracia
burguesa. En 1999, no se produce un cambio de administración, ni de
gobierno en Venezuela, comienza un cambio de época: la transformación y
reversión estructural del sistema de exclusión de las mayorías y
dominación de la minoría. Y efectivamente, cuando la minoría burguesa
entendió que la Revolución Bolivariana sí iba en serio, que pretendía
distribuir equitativamente la riqueza nacional y revertir el sistema de
dominación y entrega de los Recursos Naturales, se desató una reacción
voraz de quienes sentían cómo iban perdiendo aceleradamente el poder
político y económico que ilegítimamente detentaron durante más de siglo y
medio.
La burguesía, como
clase social, se quedó sin el poder político nacional. Y aunque aún
conservan amplia hegemonía sobre la propiedad de los medios de
producción, han visto disminuidas sus capacidades de dominación y
explotación a través de importantes nacionalizaciones, así como de la
promulgación de leyes populares que restringen sus privilegios y
márgenes de maniobra para explotar a la clase trabajadora. Y esa clase
mayoritaria de invisibles y asalariados neo esclavizados, como diría el
pensador francés Jacques Ranciere, esa parte de los que no tenían parte, se hizo del poder político, no sólo institucional, sino social y territorial, a partir de la construcción del Poder Popular.
De manera dialéctica,
la clase social trabajadora comenzó a hegemonizar la superestructura
jurídico política de la sociedad venezolana del siglo XXI, a pesar de
que las relaciones económicas de producción no se transformaron al mismo
ritmo. La burguesía, por su parte, emprendió una fase violenta y
permanente de intento ilegal de restauración en el poder político, a
partir de la fuerza de su amplia propiedad privada sobre los medios de
producción, los medios de especulación importadora y sus medios de
comunicación. Mientras el Comandante, Hugo Chávez, afianzaba a las
mayorías en el poder político, fue generando las condiciones para que
esa clase trabajadora se fuera apropiando también de medios de
producción y fuesen generando nuevos medios, a partir de su organización
para el trabajo. La burguesía, sin embargo, tuvo la audacia de permear
las instituciones del Estado, en muchos casos vinculadas al poder
económico hegemónico, y siguió apropiándose de parte de la renta
petrolera, ya no en origen (PDVSA), sino en destino (las divisas para la
importación y producción). También usaron ese poder para tratar de
derrocar al Gobierno Bolivariano.
El Presidente Nicolás
Maduro cortó de cuajo el acceso de la burguesía a las divisas del
pueblo. Nuevas instituciones y métodos surgieron. A pesar de la
disminución del ingreso petrolero, la inversión social se ha ampliado,
las Misiones Socialistas avanzan, los derechos sociales se han
profundizado en estos últimos 4 años. A pesar de las dificultades, y
precisamente gracias a su capacidad para superar las dificultades con el
Pueblo, la Revolución Bolivariana se acerca cada día más a su punto de
no retorno. Ante esta realidad, y aprovechando las dificultades
económicas, la burguesía arremete con todas sus fuerzas, nacionales e
internacionales, con todo su poder económico y mediático, con toda su
capacidad de generar violencia política, para evitar que la Revolución
alcance ese punto definitivo de irreversibilidad.
En esta nueva etapa
de acciones violentas e inconstitucionales, la burguesía sigue
demostrando su monolítica conciencia de clase. Es decir, quienes
componen esa clase social explotadora, defienden su restauración, luchan
por recuperar sus privilegios y, en consecuencia, por negarle los
derechos sociales a la mayoría. Planifican desde sus centros de poder
económico su estrategia, sus tácticas y atajos inconstitucionales para
retomar el poder.
Buena parte de sus
nuevas tácticas de guerra se desarrollan hoy en la plataforma 2.0. Las
balas no se disparan, sino que se inoculan, desde la idea liberal, bajo
el ropaje de la “lucha pacífica y no violenta de la sociedad civil”.
Todo se reduce a una imagen, a una consigna vacía, propio de la idea
postmoderna del fin de la historia que profetizó erradamente
Fukuyama en los años noventa. A través de la voracidad de las redes
sociales nos quieren hacer ver que un país de un millón de kilómetros
cuadrados y más de treinta millones de personas se reduce a los dos
kilómetros cuadrados de caos que incendian en el este de Caracas un
grupo de dirigentes irresponsables con alma de Nerón, acompañadados de
un contingente de mercenarios y ciudadanos emborrachados por el odio y
el fanatismo. Es un esfuerzo más para llevar al pueblo a su propia
estructura de pensamiento liberal burgués. Pero el pueblo hace rato que
dejó de abrazar ciegamente el evangelio capitalista.
No hay manera de
hacer compatibles los intereses de la burguesía con los de la clase
trabajadora. La primera, como explicamos al inicio, siempre se alimenta y
sustenta del sufrimiento de la segunda, de la entrega de las mayorías.
Los sempiternos dueños de los medios de producción y sus allegados
tienen claridad meridiana de su necesidad de liquidar la Revolución.
Ahora bien. ¿Tiene la clase trabajadora conciencia plena de clase?
¿Hasta qué punto la confusión mediática y la guerra económica genera la
percepción de desclasamiento de algunas familias trabajadoras? ¿Cuál ha
sido el impacto de esa guerra psicológica para distorsionar la realidad y
procurar que los oprimidos defiendan los intereses de quienes les
oprimen? ¿A qué otra clase, que no sea la trabajadora, puede pertenecer
una maestra, un campesino, un médico, una indígena, un artista, un
obrero, una enfermera, un transportista, un minero, un soldado, una
funcionaria pública, un profesional asalariado?¿A los intereses de cuál
de las dos clases opuestas pertenecen los sectores medios de la
sociedad? ¿Con qué clase de identifican? ¿Con la trabajadora o con la se
enriquece a partir de robarles su conocimiento, su vida (tiempo) y
fuerza de trabajo?
Ésta es la hora de la clase trabajadora. Es el momento de desarrollar plena conciencia de nuestra condición de clase,
de nuestra identidad social. Momento de cerrar filas con nuestra
Revolución y demostrarle a la clase burguesa, no solamente que ni ellos,
ni sus privilegios volverán en la Venezuela del siglo XXI, sino que
además perderán de manera definitiva su hegemonía sobre los medios de
producción, que dejarán de determinar el modo y las relaciones de
producción. Tanto el Comandante Chávez, como el Presidente Maduro, han
respetado y han convocado a aquellos dueños de medios de producción
privados que estén dispuestos a liquidar el sistema rentista petrolero,
que estén dispuestos a desatar sus fuerzas productivas y que estén
dispuestos a acompañar a la clase trabajadora al traspasar la barrera
del no retorno. Dueños de medios que han de producir con los
trabajadores, que los respetan, no que los explotan. No hay nada más
violento y letal que la explotación capitalista.
Hoy más que nunca,
debemos analizar la realidad, los hechos históricos, los intereses
contrapuestos y excluyentes de los grupos sociales en conflicto: debemos
fortalecer nuestra conciencia de clase. Somos mayoría, somos alegría,
creemos en una sociedad de justicia para que haya una sociedad en paz.
No queremos que vuelvan los que nos roban nuestra esperanza, nuestro
trabajo, para enriquecerse. Los desafíos por venir serán determinantes.
Tomemos conciencia de dónde venimos, de dónde estamos, de quiénes somos y
qué queremos. De nosotros depende hoy la existencia misma de la Patria,
la construcción de nuevas relaciones de producción, de nuevas
relaciones humanas, de una sociedad edificada sobre los valores de la
igualdad, el trabajo y solidaridad. La nuestra es una Revolución
Socialista, de la clase trabajadora, dirigida por un trabajador, que
responde únicamente al mandato y los intereses de su clase, del Pueblo,
del interés nacional y el bien social.
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